lunes, 18 de octubre de 2010

El misterioso hombre del puerto

A la vera del mar de Barents, en el turbado puerto de Múrsmank, yacía un pequeño bar en donde bríos pescadores solían reunirse a contar sus historias y anécdotas de viaje.
A pesar del crudo invierno reinante, en el calmo bar de Vladimir, una radio valvular, el buen humor de los pescadores y sus vividas historias le ponían calor y color al gélido ambiente. Pero la presencia de un hombre misterioso pronto iba a cambiar la vida de los pescadores para siempre, y a terminar con la apacibilidad reinante en el bar del puerto.
En una álgida tarde gris, dominada por oscuros nubarrones que anuncian lluvia, en el bar de Vladimir se hizo presente un extraño hombre ataviado con una peculiar vestimenta, como fuera de época.
Su presencia no pasó inadvertida para los pescadores que conocían a todas las personas que solían frecuentar al bar. Conocían cada rincón del sórdido puerto, como así también a todos los habitantes del pueblo.
Todas las miradas se posaban en una sola persona. Todos miraban al extraño hombre que acababa de entrar. Impertérrito, en una pequeña mesa alejada al fondo del bar, el hombre de negro revisaba unos papeles que llevaba en su maletín. A Vladimir le había llamado la atención un extraño objeto del tamaño de un cenicero que emitía pequeños destellos de luces multicolores que el extraño tenía sobre la mesa junto con los papeles. Cuando Vladimir se acercó a él, rápidamente lo ocultó en su maletín. Sin mediar palabras, el viejo cascarrabias de Vladimir le espetó: -Ey, usted, que diablos quiere!-
Parco, con rostro adusto y sin mirarlo éste le contestó: -Tráigame una tasa de café bien caliente, por favor-
Después de haber estudiado de pies a cabeza al extraño hombre de negro, pronto los pescadores entre risotadas, tragos y música se olvidaron de éste.
En un momento determinado, Vladimir cortó en seco el animado ambiente del bar al subir bruscamente el volumen de la radio. Cuando una noticia era anunciada, era costumbre acercarse a la radio para escuchar atentos las noticias provenientes del mundo. Una ávida voz anunciaba: “Mañana partirá la delegación de gimnastas rusos a participar de las Olimpíadas en Helsinki”. Entre vítores y vasos en alto los pescadores les deseaban lo mejor a sus compatriotas.
Repentinamente una voz iba a truncar el festivo ambiente, pero esta vez no sería una nueva noticia proveniente de la radio, sino la del misterioso hombre de negro que a voz viva les espetó: “Ese avión se estrellará mañana en Riga antes de llegar a destino”. Levantó sus cosas, cruzó la puerta y desapareció. Al momento de cruzar la puerta, un fuerte destello de luz acompañó al extraño hombre de negro que había irrumpido repentinamente en el calmo bar de Vladimir.
Los pescadores luego de escucharlo estallaron en risa. Sergey “el tuerto” vociferó: -¡Ese hombre resultó ser un loco!- Elevando aún más las risotadas de sus camaradas.
A la mañana siguiente, los pescadores reunidos en el bar antes de adentrarse en las turbias aguas del Mar de Barents, escucharon una noticia que los iba a dejar perplejos. El avión que llevaba a la delegación de gimnastas rusos se había estrellado en Riga antes de llegar a destino.
El silencio se apoderó del ambiente. Perplejos todos se miraron aturdidos por la tragedia, y no hubo ni uno solo que en ese momento no haya recordado el infausto presagio que les había comunicado el misterioso hombre de negro. El augurio que había sido objeto de risas y de la burla de los pescadores se había hecho realidad.
Dos semanas después de que los navegantes hubiesen regresado triunfantes de la pesca habitual, y con la reciente tragedia aún a flor de piel que enlutó a todo un país, los pescadores se volvieron a reunir en el bar del viejo Vladimir.
Después de una ubérrima pesca, el tema habitual de conversación entre los pescadores que solían ser las aventuras marineras tuvo un brusco giro de timón. Todos hablaban de la tragedia y sobre todo del misterioso hombre de negro. Ya nadie se burlaba de él. Se había ganado el respeto de todos.
Como era habitual en las tertulias del bar, todos los pescadores sentados formaban fila a lo largo la barra. Yuri era el más próximo a la puerta. Cuando se aprestaba a dar un trago de Vodka, el estrépito producto de su vaso que se estrelló contra el piso cortó la quietud dominante. El misterioso hombre de negro se había hecho presente nuevamente. Sus rostros se deformaron. El rudo Vladimir que había participado en la guerra de los Balcanes y que cargaba mil reyertas sobre sus espaldas se amedrantó al verlo entrar. El misterioso hombre de negro con pasos largos se abrió camino entre los absortos pescadores que lo miraban pasmados.
Se volvió a sentar en la misma mesa que había escogido la primera vez.
El silencio en el bar era sublime. Solo se escuchaban los sonidos provenientes del exterior. El estruendo de las olas que golpeaban todo a su paso, el inquieto graznido de las inestables gaviotas, y el fuerte viento que hacían chirriar a las embarcaciones sonaban al unísono.
Vladimir ésta vez tomó coraje para ir hasta su mesa. Se acercó a ella y desde una distancia prudente con sumo respeto le preguntó con vos temblorosa: -¿Qué se va a servir, Señor?- Éste con voz calma le respondió: -Tráigame una tasa de café bien caliente, por favor-
Vladimir raudamente cumplió con la comanda. Dejó el pedido sobre su mesa y con paso corto y apresurado salió disparado hacia la barra.
Nadie se sentía tranquilo con su presencia. Todos murmuraban en voz baja como si estuviesen en una iglesia y no en un bullicioso bar. El misterioso hombre de negro volvió a sacar de su maletín unos papeles variopintos, su extraño objeto y los ubicó cuidadosamente sobre la mesa.
De repente Vladimir irrumpió la calma al subir el volumen de la radio con una nueva noticia que anunciaba: “La gran embarcación Kuznetsov partirá en tres días hacia Sidney en su viaje de bautismo con seiscientas personas a bordo”.
Lenta y disimuladamente todas las cabezas giraron hacia la mesa en donde se encontraba el misterioso hombre de negro. Este ni se inmutó. Absorto revisaba sus ajuares que tenía sobre la mesa. Cuando la calma volvió, repentinamente el misterioso hombre les volvió a espetar: “Si por esas casualidades alguno de ustedes está embarcado en ese viaje, ni se les ocurra subir. La embarcación desaparecerá en las aguas del Océano Pacífico antes de llegar a destino”.
Ninguno se rió esta vez. Dmitry Vasíliev tragó saliva y la ayudó a pasar con un largo trago de vodka.
Afuera el viento había calmado. Ahora en el bar solo se escuchaba suavemente una alegre polka proveniente de la radio valvular.
De repente, el misterioso hombre se levantó abriéndose camino junto a los tiesos pescadores que solo atinaron a mirar al piso cuando este pasó veloz. Al cruzar la puerta, un destello de luz acompañó la figura del extraño hombre.
El 16 de Enero partió hacia Sidney en su viaje de bautismo la embarcación Kuznetsov con seiscientas personas a bordo. Una salvaje tempestad desatada en el Océano Pacífico sepultó a la embarcación en sus gélidas aguas. No hubo sobrevivientes.
La tragedia había vuelto a golpear. El infausto presagio que había vuelto a anunciar el misterioso hombre de negro se había hecho realidad. Los pescadores reunidos en el bar de Vladimir habían perdido la voz. Sus alegres espíritus se habían esfumado de sus cuerpos. Ya nadie quería volverlo a ver. Para ellos su presencia se había convertido en la peor de las maldiciones. En una pesadilla.
Al aire rancio que envuelve a todos los puertos con el hálito característico que desprenden los productos del mar (…) el bar que no era ajeno a ello se le había sumado uno nuevo. Un vaho proveniente de varias tiras de ajos desperdigadas por todo el recinto pasaron a dominar el ambiente. Nuevos santos y crucifijos se habían hecho presente sin previo aviso de la noche a la mañana en el bar de Vladimir. Lejos estaba de parecerse a aquel pintoresco bar del puerto a éste que más ya se parecía a un santuario.
Todos se preguntaban trémulos si ese misterioso hombre de negro se haría presente nuevamente en algún momento.
Un mes después, el tiempo rápidamente había dejado atrás los tristes episodios y ya nadie hablaba del misterioso hombre de negro. Evocarlo era como invocar a un espíritu satánico. Más sueltos y distendidos, los pescadores tenían ya nuevos temas de conversación. Mijaíl Botvínnik se había vuelto a consagrar campeón ruso de ajedrez, y se casaba Tatiana, hija mayor de su compañero Alexey Nóvikov, la violoncellista de la orquesta estable de Bielorusia que vivía en Minsk. “El tuerto” Sergey Ivanov había puesto a entera disposición de su camarada una pequeña embarcación de su propiedad para el traslado de algunos de los invitados para la boda de su hija en caso de ser necesario, mientras que Vladimir Gólubev, Dmitry Vasíliev, Nikolay Morózov y Alexandr “Sasha” Záitsev se habrían ofrecido a ayudar en lo que pudiesen.
Un clima alegre y festivo había vuelto a predominar en el ambiente después de un tiempo. Pero otra vez la paz pronto se iba a ver truncada. Las velas volverían a arder y los ajos y crucifijos saldrían a escena nuevamente.
Esa misma tarde mientras los pescadores bebían y conversaban distendidos y alegres en la barra del bar, el estrepitoso grito del asustado Sasha Záitsev hizo saltar de sus banquetas a todos: “¡Santa María madre de Dios!” vociferó exaltado, mirando con asombro hacia la mesa en donde yacía sentado el misterioso hombre de negro. Nadie lo había visto entrar, pero eso era prácticamente imposible, ya que para llegar en donde se encontraba sentado debía de hacerlo por frente de la barra, único lugar que daba acceso a la parte trasera del bar. Alguno de los siete presentes lo tendría que haber visto pasar, sobre todo Vladimir, que hacía rato estaba apoyado sobre la barra conversando de frente con los pescadores. El misterio que envolvía al hombre de negro había llegado hasta límites insospechados. Bastaba verle los rostros lívidos de todos para darse una idea de lo pálido que estaban. Sin poder de reacción y antes de que pudiesen volver en si, el misterioso hombre de negro salió relampagueante del bar como si hubiese recibido una orden imperante. En el apuro, el misterioso hombre se había dejado el maletín que siempre cargaba consigo. Vladimir se acercó a la mesa en donde había quedado la maleta. Con cierta desconfianza, como si se tratase de un objeto del demonio más que de un mero maletín, Vladimir cogió rápidamente la maleta y como si tuviese un fierro caliente, lo dejó caer sobre una pequeña mesita a la izquierda de la puerta que daba ingreso a la cocina. En ningún momento sintió curiosidad por observar que es lo que tenía dentro. No le interesaba. No quería saber nada con ella ni mucho menos con su misterioso dueño. Vladimir se lamentaba porque sabía que el misterioso hombre de negro iba a tener un motivo para regresar. Cada vez que pasaba cerca la miraba de reojo con cierta desconfianza. Una mañana mientras Vladimir limpiaba el lugar, un malogrado movimiento hizo que se golpease contra la mesa haciendo caer el maletín. Este cayó seco y pesadamente abriéndose en el piso. Un pequeño recorte que parecía ser de un raído diario había quedado con medio cuerpo fuera. Vladimir no sabía como actuar. Sabía que debía levantarlo y poner sus cosas en su lugar, pero el misterio que envolvía todo aquello lo hacía comportarse de una manera sobrecogedora. Sin sacar los ojos de encima de la maleta y con el recorte que yacía en el piso como esperando ser recogido, Vladimir se agachó y sacó con su mano derecha el pequeño papel. Sus ojos se habían posado sobre el margen derecho de la hoja, leyó la fecha: 3 de Abril de 1972. Ese día era el 2 de Abril de 1952. Vladimir entró en shock. Sencillamente no entendía nada. Aturdido bajó aún más la mirada y en el centro del recorte con letras negras un título decía: “Mañana se cumplen 20 años del Tsunami que arrasó con el puerto de Múrmansk”. Luego de leer esto, Vladimir salió del bar llevándose todo por delante. Se dirigió al puerto y una vez que reunió a todos los pescadores, con vos agitada y temblorosa les dijo: “Tenemos que partir de aquí ahora mismo. Mañana moriremos todos”. Los pescadores trataron de calmar al viejo Vladimir pero no hubo caso. Hablaba tan rápidamente que era difícil poder entenderle. Logró serenarse un poco y con voz más pausada les dijo: -Síganme al bar, tengo que mostrarles algo muy importante. ¡Es de vida o muerte!-
Los pescadores siguieron a Vladimir, y cuando fue en busca del maletín para mostrarles lo que había visto, este ya no estaba. Había desaparecido, o bien alguien se lo había llevado.
En ese momento Vladimir creyó haber enloquecido, y los pescadores pensaron lo mismo.
El viejo Vladimir había llevado una vida ardua y nunca había superado los traumas que le habían causado la guerra de los Balcanes.
Sin más remedio, los pescadores habían llegado a la conclusión de que todas esas cosas habrían de terminado por enloquecer a Vladimir.
En la madrugada del lunes del 3 de Abril, un fuerte sismo sacudió toda la costa. Bien temprano en la mañana antes de embarcarse para la pesca, como era habitual los pescadores se habían reunido en el bar. El tema de conversación, el fuerte sismo que los había lanzado de la cama.
Cuando los pescadores se aprestaban para salir del bar rumbo a la embarcación que los llevaría a adentrarse en las turbias aguas del mar de Barents, una infausta voz seguida de un destello de luz proveniente del fondo del bar les dijo: “lo siento muchachos, esta vez no pude hacer nada”. Al oír la voz del misterioso hombre de negro, Vladimir cayó seco sobre el piso antes de rebotar contra la barra. El miedo se había apoderado nuevamente de todos. Los pescadores lograron reanimar a Vladimir y luego de un corto lapso de tiempo, despavorido les preguntó si podía acompañarlos en la embarcación. Los pescadores no vieron inconveniente alguno y pronto se adentraron en las álgidas aguas del mar de Barents. Una vez llegado a destino, antes de que tirasen las redes, una gran hola que se dirigía al puerto pasó por debajo de la embarcación elevándolos unos metros. De regreso luego de una infructífera pesca, con la compañía de las gaviotas que con su presencia avisaban que ya estaban llegando a tierra firme, los pescadores en su regreso no lograban divisar el puerto. Veían el faro, pero no así el puerto. Al acercarse unas millas más lo único que lograron ver eran las embarcaciones apiladas unas arriba de otras sobre la parte alta del pueblo, y miles y miles de restos de todo tipo flotando sobre las aguas en retroceso. Horas después de que los pescadores habían partido, una gigantesca pared de agua de unos once metros de alto había arrasado con todo a su paso. Una vez más el aciago pronóstico que les había anunciado el misterioso hombre de negro se había hecho realidad, pero esta vez ellos habían logrado llegar a destino sanos y a salvo.

Se rumorea que el misterioso hombre de negro fue visto por última vez el 10 de Septiembre del 2001 en el World Trade Center de Nueva York, lugar donde se cree que trabajaba secretamente. Hasta el día de hoy su paradero y su profesión siguen siendo un misterio.

1 comentario:

  1. Muy bueno el cuento de suspenso, te atrapa y te deja pensando los posibles finales.

    ResponderEliminar