
Después de misa
llegó a su casa Melisa
trémula, aterrada
con lágrimas en sus ojos
el alma destrozada
y su pavita desplumada.
Luego de la macabra treta
llevada a cabo
por este pérfido monseñor
aún presa del pánico y el terror
la valiente Melisa
le contó a su madre
lo sucedido después de misa.
La indignación y el estupor
llegaron luego del estupro.
Rápido se acallaron a los decentes
y la noticia pronto se hizo intrascendente
en ese modesto pueblo
sumiso, inocente e inconciente.
El poder junto a la Santa Alianza
se encargaron de ocultar el caso.
No hubo ni castigo ni justicia
ni excomunión ni sermón
lo único que hubo
fue un maldito perdón.
Desde Roma llegó la orden
de la Suprema Santidad
de remover a este perverso cura
que no le hizo honor a la castidad.
Avalado por la Cruz
“En el nombre del padre”
y el espíritu santo
a este cura pederasta
en absoluto secreto y silencio
se lo cambió de ciudad.
De ese modo llegó el párroco
a otra ignota parroquia
de un poblado erial
libre éste de culpas y pecados
dispuesto otra vez a atacar.
En las afueras de la ciudad
en un modesto pueblo
el párroco Ermindo
daba la misa de todos los domingos.
En la fila de adelante
yacía inocente la joven Candela
que a este depravado cura
la nena ya le encendió la vela… fin